viernes, junio 26, 2009

De Mascaras y Enigmas

Se que llevo tiempo sin aparecer por aquí. Más aún, llevo tiempo sin poder dedicarlo a leer vuestros rincones cibernéticos. Llevo tiempo inmerso en un inmenso proceso de transformación o quizás debiera decir, un periodo de evolución.
Siempre que la evolución se presenta en mi vida suele pasarme lo mismo. La actividad se vuelve frenética y me impide dedicarme a las pequeñas cosas. O quizás simplemente me haga olvidarme de ellas, dejándolas aparcadas en un rincón.
No sé si cuando aplico esto a mis fugaces apariciones en este rincón debería tener en cuenta esas teorías que hablan de la vida media de un blog.
Y puesto que no lo sé no lo voy a hacer. Si reconoceré, claro está, que en los últimos tiempos no me he sentido a gusto con el contenido, quizás debiera decir la superficialidad, de los post que escribía. Fruto, como no podía ser d eotra forma, de la falta de tiempo y del aquí te pillo aquí te mato.



Pero hoy es viernes. Mi avión está retrasado. Y escribo desde el aeropuerto de Bruselas. Es un momento, corto, pero adecuado para escribir, para reflexionar.
Un alto en el camino, una parada que pasa desapercibida pues dentro de nada el tren tocará su silvato y la vida volverá a correr.
Atrás quedan muchas cosas hoy. Y no sé si realmente quiero dejarlas atrás. Me llevo conmigo la lección. Más que una muchas lecciones que se aprenden yendo de aquí para allá. Todas juntas, casi sin tiempo para asimilarlas. Lecciones que me atropellan de forma deordenada mientras mis sentidos se ven envueltos en una borágine que por momentos se escapa de mi control.
Pero la capacidad para dormir poco es una gran aliada. Será con los años el puñal que rasgue mi piel y abra mis heridas. Pero es demasiado tarde ya para cambiar ciertos hábitos. Y mucho más para romper con viejos dogmas, con antiguas prioridades. Con los viejos lemas y principios. Duerme cuando mueras.

Bruselas quedará atrás en unos minutos. Quedará atrás un proyecto, una ilusión, un grupo de personas, ideas, risas, tensiones...Llevaremos cada uno hacia delante una experiencia. Unas impresiones.
Atrás quedan, lejamos en el tiempo, los primeros momentos de incertidumbre, la lucha por salir adelante, los lugares idílicos, aquellos rincones de un lugar llamado Meerle perdido en el norte de alguna pate, al sur de quien sabe donde. Atrás queda el invierno y la primavera de lluvia, de frío, de esperanza por ver salir el sol. Totalmente olvidados en estos días de sol, largos como la historia, marcados por la sombra de otros tiempos. Por la imagen oscura de los libros de bachiller. Un bachiller demasiado olvidado ya y nada comparable a las clases que día a día me acompañan. Los tiempos han cambiado. Las prioridades también. Supongo que igual que lo hicieron sin darme cuenta en los últimos más de 10 años en los que unos y otros fueron pasando por, llamémosle así, mis pupitres. Y los que faltan, pues me dejo llevar. Me dejo llevar por más que intento poner cota. Supongo que no se puede acotar el mar.
Y todo se junta. El tiempo falta. Falta y se pierde. Y no da tiempo para nada. La forma no es la adecuada. El esfuerzo necesario se hace demasiado grande al finalizar el día.
Y pasan los lunes durmiendo solo 3 horas. Consigues escribir un artículo. Y llegar a un curso. Aprendes a hablar en público, a atender a la prensa, visitas a clientes y defiendes nuevas propuestas. De nuevo pocas horas. Los días, incluso el más largo no da para nada. Te la juegas. Te la juegas en algo planeado hace semanas y no te juegas nada. Gastas esfuerzo, recursos, y todo sigue igual. No te sorprende que la vda sea así, que no se gana ni se pierda. Nada te sorprende ya. Y duermes menos. Haces kilómetros y visitas nuevos clientes. Y no sabes ya ni donde duermes. Tomas un avión. Te ries al pensar lo que cuestan los hoteles para las pocas horas que estás allí, las pocas horas que aprovechas. De nuevo a dormir menos. Y respondes más mails y hablas por teléfono. Y superas presentaciones, reuniones, firmas contratos, cierras el círculo. Y de repente todo te da igual Nada importa nada. Te quitas la corbata y vas en camiseta de manga corta a ver a un cliente. No contestas al teléfono. Y lo mejor de todo es que no pasa nada. Puedes vivir mucho tiempo de las rentas. De lo que fue y de lo que será. Es el pago de la sociedad.
Y te pierdes del mundo y de repente estás en Salamanca.
Hace muchos años desde la última vez que fui a Salamanca. Prefiero no recorrer los rincones de la ciudad. No tener un nuevo recuerdo de momentos idílicos, de encuentros pasionales, de noches de fiesta con amigos que formaban una identidad. Pero todo termina. Todo y nada queda ya. Por que los recuerdos recuerdos son. Y a veces son necesarios para alimentarnos, cuando tenemos hambre de todo y estamos saciados de nada.
Suongo que podría reflexionar sobre el éxito y el fracaso, que podría reflexionar sobre el por qué si o por qué no de las cosas. Sobre el por qué hacemos lo que hacemos, sobre las expectativas de cada cosa. Pero no merece la pena. Con los años he aprendido a dejarme llevar por el sexto sentido, ese que como hombre no tengo. He aprendido a entener los pensajes que el sol y la luna dan cada día al amanecer o al atardecer. Y en función de eso no creo en las limitaciones. Y tomo el camino adecuado. El que creo más correcto. Porque sólo haciedo eso puede uno estar en paz consigo mismo. No ya con la conciencia, que también, sino con la incertidumbre, las inquietudes, los miedos y seguridades.
Y eso me hace estar feliz, muy feliz, a pesar de todo. Porque esta vida es una carrera de fondo. Y no podemos esperar respuestas y resultados inmediatos a todo lo que hacemos. Es algo que aprendí en tantos años. En el trabajo, en la vida, en el mundo.
Me da la risa. Me da la risa porque tengo la sensación de que hablo como un abuelo de 60 a punto de jubilarse, haciendo balance de lo bueno malo, como si fuera la noche de fin de año.
No me gusta el fin de año. Me quedo con el verano, con el mar. Me quedo con las ganas de vivir.
Me quedo con unas banderas. Un punto de encuentro donde ondean al viento observándolo todo como fiel testigo de lo que fue y de lo que será, de lo que por allí pasará con los años. Me quedo con el sol ocultándose tras las banderas, con el atardecer, con una calle y un rincón románico y gótico. Me quedo con unos sms, con unos telefonazos, me quedo con lo que el destino quiera que sea.
Me quedo con la vida.
La vida que viene de la mano de un fantasma que quiere aparecerse en una carretera. Es tiempo de volver atrás 500 años, no ya como parte de un tercio y mucho menos en Flandes. No tengo nagas de más Rocroi. Se trata de volver atrás todo ese tiempo embrujado por el teatro clásico, por Lope y sus Gatomaquias, todo eso ya vendrá. Playa tranquila y nada más. Y en algún momento Panamá, digo yo, quien sabe.
Como dijo alguien la vida sigue, un año más.

La canción la eligió el destino. Con el coche al amanecer. Espero que haga más ameno esta lectura que hoy creo reusltará especialmente densa y poco comprensible. Es lo que tiene estar desconectado prácticamente un mes y que el avión se retrase dando tiempo para poder contestar. Y aún tengo que recoger el chaqué. ¡Por que la boda es máñana! Pero no os asustéis; no es la mía, por mucho que quien yo me sé eche de menos un evento así aún endrá que esperar.
Avisan de que vamos a embarcar. Son las nueve de la mañana. Llego tarde a Madrid. No cumpliré con la apretada agenda. Mejor. Así tampoco importará que ni siquiera me haya puesto una camisa. A ver si duermo en el avión...y recupero la normalidad.

lunes, junio 01, 2009

Primavera

Si algo me gusta de una noche cualquiera de primavera, aunque sea de domingo, es que con el coche por la carretera vacía y con las ventanillas abiertas la música te permite volar por encima de la calzada, flotar en el espacio infinito y disfrutar del momento en el que el tiempo se detiene drogado por el aroma de las flores de azahar.

El resto da igual, independientemente de que el lunes haya que tomar de nuevo un avión o que no encuentre tiempo para montar en bicicleta.