miércoles, agosto 26, 2009

Asíntotas

La vida es una asíntota.
Ahora mismo mi vida sigue el camino de la asíntota. No era consicente de ello hasta ayer cuando durante una cena-charla alguien me lo hizo ver.

Claro que ayer me hablaban de una asíntota horizontal. Y no me gustan las asíntotas horizontales.
Las asíntotas horizontales representan la caída dulce y a la vez infinita. Como un avión que aterriza y que sabe que sin algo que lo frene continuará eternamente.
Y siempre hay algo que te frena.

Pero la suavidad de la asíntota sirve de incienso. Y el incienso atonta. Y cuando estás atontado no ves que vaya a haber algo que te frene.
El susto, el sopetón, puede ser de aupa.

Así es que me siento como un pasajero nervioso del avión a punto de aterrizar que mira desconfiado la naturalidad con la que el piloto y el copiloto se rien en la cabina sin prestar mucha atención a lo que para ellos es rutina.
Y es que el pasajero se da cuenta de que no es dueño de la situación.

Me siento mucho más cómodo con las asíntotas verticales. Estas, claro, tienen un peligro. Puesto que son como una montaña rusa. Tan pronto puedes estar subiendo a toda pastilla como cayendo. Con la diferencia que sabes que la caída también es infinita.
Y debo reconocer que esa caída no es de mis preferidas. En alguna situación me he visto así, en caída libre y aún ciertos errores del pasado podrían traer las mismas consecuencias en los próximos meses. Pero por algún motivo no me da miedo. Porque la caída libre dispara la adrenalina.
NO tanto o al menos no de manera tan emocionante a como lo hace la subida libre. Aunque sea más despacio.
una paradoja, subida libre.

Son devenires de casi Septiembre. Momento para volver a comenzar. A continuar el camino. Previo, eso sí, una pequeña parada para mirar a los lados y elegir la senda a seguir.

Time to wake up

miércoles, agosto 12, 2009

Pasión y mojitos

Debo decir que, además de la coca cola, me gustan los mojitos. En realidad, me gustan los cocktails en general. Cualquier cocktail de hecho. Aunque más que gustarme como saben, que no todos, me gusta prepararlos. Algunos que me conocen, algunos que han leído este sitio durante más de un año habrán incluso enocntrado fotos de alguno de ellos.
Pero lo que más disfruto es compartir los cocktails con amigos, mejor a la orilla del mar en algún lugar escondido, incluso algo remoto, con musiquita, al atardecer. Nada de cafés del mar, que también, pero más personalizados.

Lo malo de esos sitios, si no tienes ganas de lanzarte a hablar ocn los camareros e incluso de dar la nota y conseguir que te dejen preparar algo, es que no suele haber mucha variedad. Y acabas decantándote por el Mojito, porque es fácil, está bueno y gusta.
Al atardecer.
Frente al sol.

Perdonad, que me disipo cerrando los ojos. El caso es que mientras detrás la música lanza a los primeros atrevidos a bailar sobre la arena de la playa, me dedico a observar el panorama, el atardecer, con el mojito a mano. Es el justo premio de esta tarde de noche de Leónidas.
Varios días de duro esfuerzo con la bicicleta bien se merecen estos atardeceres. Y es que no es lo mismo dar una vuelta con la bici por los alrededores de Madrid que subir desde la playa hasta la montaña. Todo chulo yo, con mi coulot y demás equipo...subir, subir. Es una pesadilla. Tampoco tanto tiempo, claro. Pero lo suficiente para que luego la bajada merezca la pena. Cuando te das cuenta de que ha merecido la pena. Porque al principio yo pensaba que estaba bien hacer algo de ejercicio, que eso mismo sería el premio, la satisfacción. Pero no. El premio es la sensación de frescor, de velocidad, al bajar a toma mecha de nuevo hasta el borde de la playa. Claro, cuando te tiras más de un hora de subida que si plin, que si plan, para arriba, luego aunque bajes en 20 min lo cierto es que la sensación es la gloria. Igual en una de esas salto por los aires en un mal golpe, un mal movimiento. Pero mira, es que es tal la sensación...
Luego un bañito, y el atardecer, tras una ducha, en la playa con el mojito.

De veras, es que ser feliz a veces no es tan difícil. Bastan poquitas cosas, muy pocas.

Se acaban dentro de nada las vacaciones de perreo. Es tiempo de volver a casa, ir de boda y, no nos quejaremos, tomar un poco más de vacas, pero estas ya de las de siempre, de las de no perrear, de deportes, ejercicio, visitas, agenda, amigos, risas. Vamos, de las que me suelen gustar. Pero,¡qué diablos!, en esta ocasión también merecía la pena perrear un poco.
Mi cuerpo no se cree que se pueda dormir tantas horas seguidas.
¡Quien me ha visto y quién me ve!
Pero... ¡por una vez...!

martes, agosto 04, 2009

Entre ratas

Hoy quiero escribir algo corto. Centrado en una revindicación que me ha dado por tener en estos días, que siempre he tenido pero que nunca he expresado como voy a hacerlo ahora.

Odio las botellitas de 200 ml de cocacola.

Si, no tengo grandes vicios confesables; nada de tabaco, mínimo el alcohol...pero, que le voy a hacer, soy adicto a la cocacola.
Disfruto especialmente de un vaso de cocacola con su hielo y su limón en cualquier terracita, más si es arropado por la brisa, mejor si es la del mar.

Pero el problema está en el tamaño. Porque llegas tranquilamente de tu paseo, de tu trabajo o de donde sea. Y llegas con calor. Con mucho calor, sofocado, con prisas. Y te sientas. Y pides una cocacola. Y podrían servir la típica lata de 300ml. O el vaso grande de lugares de comida rápida (hasta 500 ml). Pero no; me sirven esos 200 ml que no duran nada. Y me sienta fatal. Y ya sé que es una manía. Que puedo comprar la lata, un vaso grande de burguer o simplemente pedir otra.
Pero no me gusta. Porque rompe el trance perfecto de saborear la cocacola mientras escucho el ronroneo del viento.

Ya veis, manía de viejo. Luego dirán que soy raro porque pida dos de una tanda.

Enjoy!